
Transcribo parte de un artículo publicado por Alfonso Basallo en su blog Uranio enriquecido. Sin entrar en el titular ni en los contenidos del blog, me quedo con el artículo en cuestión que se titula Desmontando a Follett, y que pone a "caer de un burro" al famoso escritor. Se podrá valorar que es bastante explícito o no y si se pasa un poco o un mucho, pero lo interesante son las razones y argumentos que da, que nos pueden servir en la lectura de los libros de este autor y de otros de índole histórico.
Vaya por delante, que a Follett (Cardiff, 1949) es preciso reconocerle cierto nivel literario, del que carece la legión de listillos que cultiva la novela histórica. El problema es que mezcla verdades y mentiras. Y que es incapaz de librarse del mal más característico de los bestselleros de la Historia: juzgar el pasado con categorías del presente.
La cosa fue bien mientras habló de algo cercano (el mundo del espionaje con El ojo de la aguja), un poco al estilo Frederick Forsyth; pero cuando viajó a Kingbridge, el escenario medieval de sus novelas, picó en el anzuelo del anacronismo.
Uno lee al Follett medieval y termina mirando el pasado con condescendencia, con una suerte de orgullo cronológico, como si los del 2000 fuéramos más listos que los imbéciles del Medievo, seres invariablemente retrasados, siniestros y torvos.
La Edad Media de Follett ignora que el teatro, la música o la filosofía tuvieron un desarrollo de gigante, que la Iglesia impulsó el desarrollo de la tecnología y revolucionó la agricultura o que el sistema feudal, tan denostado, ofrecía un mecanismo de protección al siervo, una suerte de subsidio o asidero social.
La mujer no era un cero a la izquierda como transmite el tópico y cree Follett acríticamente. Los documentos demuestran que ejercía diversos oficios fuera del hogar, que su papel era esencial en la agricultura, y que la mujer medieval disfruta de más derechos que la de Roma, donde el paterfamilias tenía un poder casi omnímodo.
Pero basta leer Un mundo sin fin, con las peripecias de la feminista Caris -desde que Disney hizo La bella y la bestia siempre hay una chica ilustrada, como contrapunto tópico- y del malvado prior Godwyn -siempre hay un fraile perverso-, para reparar en que Follett no ha entendido nada.
Lo explicaba muy bien la historiadora francesa Régine Pernoud, biógrafa de la reina Leonor de Aquitania. Se coge un periodo de mil años (del siglo V al siglo XV) y se comprime como si hubiera durado un par de inviernos, se coloca el sambenito de barbarie y machismo, y se busca un culpable de todas las desdichas: la Iglesia, freno del progreso y de la ciencia. Se alimenta las cabecitas de los escolares con la compota (los programas escolares del siglo XX). Y el cine se encarga del resto.
Ken Follett es hijo de su tiempo. Leerlo es sumergirse en un mar de tópicos, construidos desde la mentalidad del siglo XX.
1 comentario:
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